domingo, 4 de octubre de 2015

La lista

Hace dos años y medio, después de recibir los regalos de navidades, me llegó un envío de Book Depository que ni recordaba haber pedido y, entre unas cosas y otras, me vi con un montón de libros por leer.
Dediqué la mañana del 10 de enero (estaba en el paro, tenía tiempo) a recorrer la casa de estantería en estantería, anotando en un post-it todos los libros que había ido comprando a lo largo de los años y había dejado abandonados en cualquier hueco libre de los estantes, posiblemente sin haberlos abierto. Salieron unos veinte.
Aquel día me prometí no comprar ningún libro más hasta que los hubiese leído todos. "A ver si acabo antes de las próximas navidades", recuerdo que pensé. Arranqué el post-it de su taco, lo doblé en un cuadrado más pequeño, y lo metí en la cartera, en lugar del dinero que había malgastado.
No suelo llevar cosas innecesarias en la cartera —no soy de la clase de personas que va cargando con fotos personales, ni de los que llevan condones—; pero puse dentro la lista de libros, por si acaso entraba en una librería, curioseaba durante minutos, escogía un libro y me acercaba con él al mostrador, tentándome la cartera en el bolsillo.
Entonces recordaría el post-it que iba dentro, dejaría el libro en su sitio, volvería a casa lleno de remordimientos, y comenzaría a leer el siguiente libro de mi lista; de ese modo, iría tachándolos uno a uno. Cuando hubiese acabado con todos, tiraría el papelito y sería de nuevo libre.
Hoy —4 de octubre de 2015: un año, diez meses y cuatro días más tarde del límite que me había impuesto—, voy a tirar por fin el post-it.
Me he quedado sin espacio para anotar libros nuevos.


A veces escribir es buscar aparcarmiento.

Llevo toda la tarde paseando solo por Lugo, llena de gente de fiesta, así que me ha ido dando la sensación de que tenia un texto en ciernes.
Nunca he necesitado mucho más que eso. No una historia, no una tesis que demostrar, sino dos frases con algo rascándome dentro de la cabeza y la intuición de que valía la pena ahondar en ellas. En otro momento me habría lanzado al folio, empezando la casa por la ventana, huyendo hacia adelante durante horas, escribiendo y reescribiendo —dando vueltas, buscando un hueco, arando en círculos, malgastando metáforas— y os habría castigado con un texto sin sentido, sudado e innecesario, labradísimo, lleno de adverbios metidos al toque, y que en definitiva —después de todo el esfuerzo— no llegaría a ninguna parte.
No lo voy a hacer porque he comprendido hace tiempo que nunca escribo nada que importe demasiado—o me he convencido, tal vez; me pregunto en realidad qué porcentaje de comprender algo es simplemente convencerse de ello (como cuando "comprendes" tras una ruptura que no te convenía, y qué ciego estabas, o "comprendes" que es el amor de tu vida tras la reconciliación, qué tonto has sido—, y he decidido que para eso no me apetece escribir.
Y luego he pensado (sin recordar —lo juro, lo juro— a Michi Panero), que si algo bueno tengo es que ni siquiera entendéis el coñazo que sería si no fuese tan vago.