domingo, 27 de marzo de 2016

I wanna be your Maria Popova #6

Si hubiésemos seguido publicando con regularidad, este boletín habría salido el 20 de diciembre, día de las elecciones.
Tenía previsto aprovechar la ocasión para enlazaros este perfil en el Times de Justin Trudeau, el nuevo primer ministro de Canadá, que me produce cierta curiosidad: Trudeau's Canada, again, por Guy Lawson.
Aunque, en realidad, sería únicamente una excusa para enseñaros luego el vídeo del combate de boxeo que se menciona en el texto.
Es un mero acto publicitario, con una excusa forzada, entre dos políticos de un país no muy importante; y sin embargo merece la pena porque es una máquina narrativa perfecta: hay un malo y un bueno, los comentaristas están en contra del bueno y lo subestiman, el malo es feo, el bueno empieza perdiendo... El final casi me provoca lágrimas de emoción y puñetazos al aire. Me recuerda, por cierto, a esto: On the winning side, en Radiolab.
(Sobre ese capítulo de Radiolab, y sabe dios cuántas más cosas, escribí desordenadamente una serie de textos que voy a enlazar aquí, entre paréntesis).
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De entre los múltiples repasos a lo mejor de 2015 que he visto —en lugar de escribir este boletín—, al que más vuelvo es al de All songs considered. Solo conocía dos de las canciones y tres o cuatro de los artistas, y llevo dos semanas yendo y viniendo de él. También han hecho, a principios de enero, un repaso  a los 16 años de vida del programa, que me puso ridículamente melancólico por 2001 y 2002 pero me descubrió otro puñado de canciones y grupos que no me sonaban de nada.
Creo que tuve una especie de crisis de mediana edad musical a los 24, en la que decidí que toda la música que me iba a interesar estaba ya hecha; es posible que me equivocase.
Por otra parte, hace mucho que no veo en una misma semana dos cosas tan propias de finales de los 90 como el Tiny desk de Sylvan Esso y Sprinter, de Torres. Igual no soy yo el que está volviendo a la música, sino que la música actual la que está volviendo a géneros de mi época.
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Otro de los podcasts que más escucho habitualmente, y que cumple una función similar a All songs considered (siendo esa función, muy específicamente, llenarme de ganas de investigar cosas interesantes en internet cuando estoy en el trabajo), es el de Longform.
Es un programa de entrevistas a periodistas en las que hablan de sí mismos y de su carrera, así que lo más probable es que no os interese a todos.
Os recomiendo, sin embargo, que escuchéis el episodio de Rukmini Callimachi, en el que explica la estrategia de comunicación de ISIS, y su relación con sus fuentes dentro de la organización.
Como término general las entrevistas de Longform no merecen tanto la pena, salvo para aquellos fascinados como yo por oír a escritores hablando de escribir. Pero los presentadores parecen genuinamente entusiasmados por los reportajes de sus entrevistados, y dan ganas de leerlos. Por ejemplo, la entrevista de Jon Mooalem me hizo leer este texto sobre palomas en Hollywood, y me recordó esta historia maravillosa de hipopótamos y espías en los pantanos de Louisiana: American Hippopotamus, por Jon Mooallem. (Es larguísimo, como casi todos los reportajes de The Atavist; si no tenéis vacaciones también podéis oír aquí el podcast).
También, a raíz de la entrevista a Dan P. Lee leí su perfil de Fiona Apple. Según lo iba leyendo recordaba el perfil de Jonathan Ames sobre Lenny Kravitz (sin saber que Fiona Apple y Jonathan Ames habían salido juntos, lo cual es extrañamente coherente).
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Y nada más por aquí. Mariana me dijo que la cubriese un par de meses y lo he hecho a base de no publicar nada, que es una manera extraña de mantener un boletín, admittedly. Pero es de esperar que vuelva dentro de poco, y esto empiece a ser más regular y menos logorreico.

domingo, 20 de marzo de 2016

I wanna be your Maria Popova #5

Andamos bajo mínimos en la redacción de iwbymp, incumpliendo promesas y llegando tarde a las citas; por faltar, para ser honestos, nos falta incluso la redacción.
Mariana sigue ocupada y yo estoy en un pueblo perdido de Arkansas, tropezando con vacas y desesperado por reconciliar mi anglofilia, mi envaramiento y mi esnobismo liberal con estar a centenares de millas bajo la Mason-Dixon, en un pueblo cuyo único bar tiene la bandera confederada encima de la puerta y un retrete que probablemente doble funciones como lavamanos.
Estoy, quiero decir, tratando de aferrarme a cualquier cosa que me haya gustado y sean genuinamente americanas, e idealmente tengan relación con este pueblucho, por tenue que sea.
Por ejemplo, me ha supuesto una sorprendente alegría releer un texto de Maciej Ceglowski sobre la zona de riesgo sísmico de New Madrid, que está a 100 kilómetros aquí. Confronting New Madrid, en Idle Words.
Ceglowski es el creador del Túnel de burritos Alameda - Weehawken, y ha escrito mucho sobre Scott y la Antártida. El motto de su blog es "brevity is for the weak" y dio una charla sensacional sobre la historia de la aviación y la del diseño de web, en la que mezclaba ideas que pesaban igual u olían parecido. En general me cae bien.
Encontrar en su artículo una conexión entre mi vida de verdad y esta habitación de hotel ha sido levemente reconfortante —incluso menciona la acería de Nucor que hay a un par de kilómetros de aquí—; a la vez que preocupante, porque por supuesto la menciona para preguntarse cómo se enfocarán las labores de reconstrucción de las infraestructuras dañadas por el terremoto, cuando éste se lleve por delante la única acería de la zona. Hay varios saltos de nivel en la frase anterior, notaréis, varias capas metafóricas de escombros acumulándose una sobre otra.
Puestos a hablar de desastres geológicos que pueden pasar en Estados Unidos durante mi estancia, tengo el deber moral de citar el artículo de Kathryn Schultz en el New Yorker sobre la zona de subducción de Cascadia, que sumió a toda la ciudad de Seattle en sentimientos contradictorios muy similares a los míos: por una parte, Schultz se pregunta no ya si habrá un terremoto que destruya la ciudad, si no cuándo sucederá; pero por otro lado está tan bien escrito, de una manera tan fluida. The really big one, por Kathryn Schultz.
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También está relativamente cerca de aquí Oxford, MS, cuna de la Oxford American, una revista que nació con la pretensión de ser la New Yorker del Sur (siempre hay alguna revista que pretende ser la New Yorker de algún sitio).
El caso es que para la Oxford American escribe a veces Harrison Scott Key, autor de esta historia en Snap Judgement (recomiendo que escuchéis el episodio completo), y también de esto, por poner un ejemplo: Fifty shades of Greyhound, en Oxford American.
Además de eso, llevo dos semanas escuchando el disco más genuinamente americano que conozco: Hamilton, un musical rap sobre los padres fundadores de EEUU.
Está compuesto por Lin-Manuel Miranda, de quien merece la pena destacar que participó en el episodio musical de This American Life, que escribió el número final de una gala de los Tony durante la propia gala, y que su boda fue así.
Como tengo pensado viajar algo durante los fines de semana, también he repasado algunos programas viejos de sofá Sonoro sobre Memphis y Nueva Orleans, y el reportaje de This American Life sobre el Katrina.
Con todo esto, mal que bien, las cosas van empastando y me voy haciendo mi fortaleza, como decía García Madero.

domingo, 13 de marzo de 2016

I wanna be your Maria Popova #4

Esta semana M. está muy ocupada y me ha dejado a mí a los mandos. Como consecuencia casi inevitable, este boletín va a tener más texto que enlaces y os llegará a última hora del domingo, thus rendering it virtually useless. También estará salpicado indiscriminadamente con frases en inglés, la mayor parte de las cuales serán gramaticalmente correctas. En fin, empecemos:
Un reportaje (larguísimo) sobre travellers de Limerick y cuernos de rinoceronte, en The Atavist: The Dead Zoo Gang, por Charles Homans.
Hablando de lo cual —aproximadamente, como siempre—, este reportaje merece mucho la pena: How killing elephants finances terror in Africa, por Bryan Christy.
Al leerlo, por cierto, he recordado esta historia en The Moth: Unusual normality, por Ishmael Beah.
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Tres años después, seguimos sin saber qué pasó en Chévaline. Una buena crónica aquí: L'affaire de Chévaline, por Sean Flynn.
Una buena crónica puede ser mal periodismo, ¿no? Es decir, el reportaje sobre Chévaline ordena los hechos y los resume, pero no descubre nada nuevo. Aunque eso tampoco es mal periodismo, claro; mal periodismo sería inventarse cosas. En todo caso, es algo distinto (y peor) a este reportaje, por ejemplo: The wetsuitman, por Anders Fjellberg.
Hablando de cosas que no sabemos cómo sucedieron —boy am I good at segueing—, esta semana, ha habido una nueva comisión parlamentaria sobre el ataque a la embajada de Benghazi en 2012 (Hank Green lo explica muy bien en este vídeo), y he recordado un capítulo de TLDR (el podcast del que nació el fenomenal Reply All, que aprovecho para recomendaros porque de esto se trata): RIP Vile Rat, en TLDR.
Por supuesto, tiene pinta de que la comisión parlamentaria tiene más que ver con las elecciones del año que viene que con saber exactamente qué pasó aquel día.
Hablando de lo cual, también esta semana ha retirado su campaña Lincoln Chaffee, irrelevante candidato a las primarias demócratas que probablemente solo protagonizó un artículo a nivel nacional en esta carrera: Why did Lincoln Chaffee even run?, por Molly Ball.

lunes, 7 de marzo de 2016

Mad Max

Cualquier gallego conoce la fama del eucalipto: estropea el suelo, consume mucha agua, desprende tanta cáscara que nada crece bajo él, es una autopista para el fuego y de los primeros en recuperarse después. En el imaginario colectivo, el eucalipto es tirando a cabrón.
El caso es que el otro día me encontré este párrafo en "The Orchid Thief":
There is even a grand champion of Florida's deathless plants. It's the melaleuca, a homely tree from Australia that was brought to the state in 1906 as an ornamental landscaping plant. Melaleucas grow to be fifty feet tall, and have spongy white bark, and look a little like a eucaliptus tree with long hair. They drink so much water that they can dry out an acre of wetlands a day, so they were also used to help drain what was then considered Florida's useless swampland. In the 1970s, real estate developers had melaleuca seeds scattered over the Everglades by plane. Melaleucas love living in Florida. Since their introduction, they have multiplied by the thousands. Ther spread at the rate of fifty acres a day. They have parched and then taken over a half million of the Everglades' 7.6 million acres. Melaleuca leaves are oily and burn intensely. A melaleuca-leaf fire in 1985 left two million people in Florida without electricity because the fueled-up flames burned as high as the main power transmission lines. No one has any sentimental feelings about the species, and most people now consider them as spreading evil. The problem is that melaleucas hate to die. If a melaleuca tree is frozen or starved or chopped or poisoned or broken or burned, it will release 20 million seeds right before it dies, and resow itself in every direction, so in essence it ends up more alive than dead. The trick is to kill the tree gradually, because the shock of dying is what causes it to shoot out its seed. The ranger who led me on my first walk on the Fakahatchee was a melaleuca murder expert. He said that a tiny, pudgy  Australian weevil, known as the snout beetle, lives on melaleuca leaves and flower pods, and that 300 of them had been imported and released in the Everglades, in hope of down the melaleuca population.  He said that, otherwise, the only way to kill the tree in a non-shock way is a method called hack-and-squirt. You hack a little bit of the tree, you squirt in just a little bit of herbicide, come back after a while and hack and squirt again, and keep hacking and squirting until the tree languidly dies.
¿A qué clase de torturas espartanas somete Australia a sus árboles? ¿Cómo los deja tan dañados, tan egoístas, asustadizos como monstruos en un país extraño, con tanto miedo a morir que al huir aplastan todo a su paso?

domingo, 6 de marzo de 2016

I wanna be your Maria Popova #3


El domingo pasado se reeditó con el País un artículo muy bueno de Ander Izagirre en Jot Down sobre Chernobyl ("No sabíamos que la muerte pudiera ser tan bella", por Ander Izagirre), y dos días después rebotó por muchos medios el resultado de un estudio sobre el aumento de población de animales salvajes en la zona de exclusión alrededor de la central, desde que no hay humanos.
Oir hablar de Chernobyl dos veces seguidas en tan poco tiempo es perfectamente normal, por supuesto; pero si habéis leído el artículo de Izagirre os habréis dado cuenta de que cita en él a Svetlana Alexievich, galardonada con el premio Nobel de literatura este mismo jueves.
El tema de los lobos nos ha recordado, por cierto, un vídeo precioso: How wolves change rivers. Pero volviendo a los Nobel, merece la pena mencionar un par de enlaces sobre la búsqueda de neutrinos:
A la búsqueda de materia oscura en el túnel de Canfranc, por Antonio Martínez Ron
Elements, en Radiolab.
Night crossing, en Futility Closet
Incluso viene a cuento, aunque no tenga nada que ver con los neutrinos, enlazar este poema que hemos recordado: Resurrection, por Dylan Garity.
Lo que probablemente no tenga ya ningún sentido —además de ser probablemente ilegal— es dejaros también la opinión de Dara O'Briain sobre la película 2012.

viernes, 4 de marzo de 2016

Sobre "The Orchid Thief"

La periodista Susan Orlean leyó un breve en un periódico local de Florida sobre el juicio al responsable de un vivero, a quien habían detenido recolectando varias docenas de orquídeas protegidas del pantano Fakahatchee. La noticia le produjo curiosidad, no tanto por el caso en si, como porque los cómplices del ladrón pertenecían a la nación Seminola, y los indios tienen un estatus legal tan extraño en Estados Unidos que ni siquiera estaba claro que la ley que habían roto se les pudiese aplicar a ellos: era posible que el veredicto dictase que los Seminola no son ciudadanos americanos, sentando un precedente de magnitud imprevisible. Orlean decidió volar a Florida.
El resultado del juicio, sin embargo, no fue particularmente interesante. No se trató a fondo el asunto de la ciudadanía, nadie fue a la cárcel, se estableció una prohibición de acceso al pantano, hubo algunos culpables de faltas administrativas, se pagaron algunas multas.
Meses después, Orlean publicó un reportaje sobre el caso, "Orchid Fever". El texto habla de obsesiones y de las desilusiones que las siguen, y se centra en el protagonista del robo, John Laroche, un tipo brillante y marginal que adquiere pasiones insanas, vuelca su vida en ellas de forma enfermiza, y las acaba abandonando bruscamente.
Me da la sensación, aunque qué sé yo, de que Orlean le dedicó tan específicamente su texto a Laroche para salvar un reportaje que estaba en riesgo porque el veredicto del juicio había resultado ser irrelevante; pero, al hacerlo, se vio con un montón de detalles y curiosidades que había ido acumulando con paciencia de sub-sub-bibliotecaria mientras trabajaba en el reportaje, y que se habían quedado finalmente sin sitio en el texto.
Tenía una lista de todos los robos de orquídeas que se habían producido en los últimos veinte años, y otra con las muertes de los recolectores de platas victorianos, y otra con los nombres y las formas de las orquídeas del Fakahatchee. Conocía estafas inmobiliarias, envidias, cuernos y diputas personales entre orchid men; contrabandistas, exploradores, o un jefe indio que dirigía un holding empresarial y había ganado un Grammy.
Así que, a partir de una nota breve en un periódico regional, sobre un tema tan poco atractivo como la compra-venta de orquídeas en Florida, con un caso judicial que se había desinflado mientras trabajaba en él, y después de haberle dedicado ya un texto de 6500 palabras, Susan Orlean decidió escribir un libro entero, como una nota al pie en la que poder estirar las piernas y explayarse.
The great Victorian-era orchid hunter William Arnold drowned on a collecting expedition on the Orinoco River. The orchid hunter Schroeder, a contemporary of Arnold's, fell to his death while hunting in Sierra Leone. The hunter Falkenberg was also lost, while orchid hunting in Panama. David Bowman died of dysentery in Bogotá. The hunter Klabock was murdered in Mexico. Brown was killed in Madagascar. Endres was shot dead in Rio Hacha. Gustavo Wallid died of fever in Ecuador. Digance was gunned down by locals in Brazil. Osmers vanished without a trace in Asia. The linguist and plant collector Augustus Margary survived toothache, rheumatism, pleurisy, and dysentery while sailing the Yangtzé only to be murdered when he completed his mission and traveled beyond Bhamo.
"The Orchid Thief" es como un libro de Jacinto Antón o de Cunqueiro, como "The thrilling adventures of Lovelace and Babbage", de Sydney Padua, como las notas ficticias de "Jonathan Strange & Mr. Norrell" de Susanna Clarke: una celebración de la minuciosidad y de la curiosidad del chapón de clase.
Está lleno de enumeraciones, como la de arriba, y aunque están escritas con ritmo y gracia, siempre hay más listas de las que uno anticipa, y cada una dura más de lo que se espera. En el párrafo anterior, Orlean cita a once exploradores, detallando cómo sucedieron sus muertes y dónde, y enumerando listas dentro de listas todas las enfermedades que había pasado Augustus Margary antes de ser asesinado más allá de Bhamo. Opino que, a partir del cuarto caso David Bowman, muerto de disentería en Bogotá, la lista ya no es necesaria para explicar el peligro que corrían: simplemente se está pegando un gustazo.
El libro es un pantano: una maravilla de la naturaleza, lleno de vida, espeso de historias escondidas en la maleza, con una sorpresa a la vuelta de cada hoja; se avanza palmo a palmo, hundiéndose a cada paso en un lodo espeso de datos y nombres, con un machete en la mano y una enorme sonrisa de felicidad. 
Orchids have diverse and unflowerlike looks. One species looks just like a German shepherd dog with its tongue sticking out. One species looks like an onion. One looks like an octopus. One looks like a human nose. One looks like the kind of fancy shoes that a king might wear. One looks like Mickey Mouse. One looks like a monkey. One looks dead. One was described in the 1845 Botanical Registry as looking like "an old fashion head-dress peeping over one of those starched-high collars such as ladies wore in the days of Queen Elisabeth, or through a horse-collar decorated with gaudy ribbons". There are species that look like butterflies, bats, ladies' handbags, bees, swarms of bees, female wasps, clamshells, roots, camel hooves, squirrels, nuns dressed in their wimples and drunken old men. The genus Dracula is blackish-red and looks like a vampire bat. Polyrriza lindenii, the Fakahatchee's ghost orchid, looks like a ghost but has also been described as looking like a bandy-legged dancer, a white frog and a fairy. Many wild orchids in Florida have common names based on their looks: crooked-spur, brown, rigid, twisted, shiny-leaf, cow horn, lipped, snake, leafless beaked, rat tail, mule-ear, shadow witch, water spider, false water spider, lady tresses and false lady tresses. [...]