domingo, 4 de octubre de 2015

A veces escribir es buscar aparcarmiento.

Llevo toda la tarde paseando solo por Lugo, llena de gente de fiesta, así que me ha ido dando la sensación de que tenia un texto en ciernes.
Nunca he necesitado mucho más que eso. No una historia, no una tesis que demostrar, sino dos frases con algo rascándome dentro de la cabeza y la intuición de que valía la pena ahondar en ellas. En otro momento me habría lanzado al folio, empezando la casa por la ventana, huyendo hacia adelante durante horas, escribiendo y reescribiendo —dando vueltas, buscando un hueco, arando en círculos, malgastando metáforas— y os habría castigado con un texto sin sentido, sudado e innecesario, labradísimo, lleno de adverbios metidos al toque, y que en definitiva —después de todo el esfuerzo— no llegaría a ninguna parte.
No lo voy a hacer porque he comprendido hace tiempo que nunca escribo nada que importe demasiado—o me he convencido, tal vez; me pregunto en realidad qué porcentaje de comprender algo es simplemente convencerse de ello (como cuando "comprendes" tras una ruptura que no te convenía, y qué ciego estabas, o "comprendes" que es el amor de tu vida tras la reconciliación, qué tonto has sido—, y he decidido que para eso no me apetece escribir.
Y luego he pensado (sin recordar —lo juro, lo juro— a Michi Panero), que si algo bueno tengo es que ni siquiera entendéis el coñazo que sería si no fuese tan vago.

No hay comentarios: