domingo, 22 de enero de 2017

Quería regalarle a Adri un tocadiscos y un par de vinilos por navidades. Porque somos, según parece, de esa clase de gente; también compro libros de papel, y tomo cafés en cafeterías vintage. No es algo de lo que me enorgullezca —no es que me vaya a poner a escribir sobre la poesía del olor de los libros—, pero supongo que a determinada edad es bueno simplemente aceptarte a ti mismo, asumir que en el fondo te gustan las cosas bonitas, y comprarle a tu novia —por ridículamente nostálgico que suene si lo piensas bien— el tocadiscos que lleva apetenciéndole desde los 25 años.
El caso es que, como rijo mi vida por un estricto código de incompetencia e indecisión, dejé pasar el tiempo con la tranquilidad de haber tenido una buena idea —que siempre es lo más complicado—, sin preocuparme de desarrollarla. De repente llegó el día de Navidad y yo solo había conseguido comprar dos vinilos, que son bonitos como objetos and whatnot, pero pierden bastante como regalo aislado sin la posibilidad de escucharlos.
No es, de hecho, solamente que "pierdan bastante", dejadme volver tras mis pasos; regalarle dos LPs sin tocadiscos es una buena idea que después no me preocupé de llevar a cabo hasta que ya era demasiado tarde. Como la NeuD, como la #mariapopova; me pasa constantemente.
Y lo peor es que la idea ni siquiera era particularmente original. Por ejemplo, a ella misma se le había ocurrido.
Por su cuenta, sin haber hablado del tema desde hace años, Adri decidió en estas navidades regalarme un tocadiscos y un par de vinilos. Después también se le echó el día encima y no tuvo tiempo de buscar los LPs, así que solo pudo comprar el tocadiscos.
Parece que somos de esa clase de gente; incapaces de resolver en solitario todos nuestros problemas, pero complementarios.