domingo, 23 de marzo de 2008

A. (... y II)

Lo otro que me viene a la cabeza no pasó en el mismo lugar ni al mismo tiempo, pero sí en un momento gemelo o siamés: un momento que llevo pegado al otro, destinado a ser revivido a la vez. Ocurrió bajo igual clima, en las mismas circunstancias: de nuevo ella y yo, Tom Waits y todo lo demás también.
Ella me sonrió y, sacándose el mp3 del bolso, dijo que tenía algo que enseñarme. Me colocó un auricular en la oreja derecha, rozando mi lóbulo con su dedo anular, y al apretar el botón de reproducción empezó a sonar “All the world is green”.
I felt into the ocean/ when you became my wife”, y estábamos muy cerca, ella con un auricular y yo con el otro, pegados para que no se nos cayeran, “you turn kings into beggars/ and beggars into kings…”, realmente cerca, mirándonos a los ojos, y la canción sonaba tan lenta y morosa.
Había leído en algún sitio que en los momentos cruciales, aquellos de los que depende una vida, siempre sonaban las lentas. Había leído que bailar es suspender el tiempo, y que suspender el tiempo es abolir la muerte, y sonreí pensando que los dos bailaríamos infinitamente al son de la canción. Luego pensé que reviviría durante toda mi vida aquel instante infinito, y me pregunté si sería normal estar ocupado en escribir “reviviré toda mi vida este instante infinito” en lugar de vivirlo sin más… Y su boca esperaba entreabierta, ávida, cerca, tan cerca.
Se terminó la canción, y comenzó otra, que no era lenta ni de lejos, y ella me dijo que esa canción también le gustaba mucho y yo pensé que era lógico, porque para eso era su mp3, y ella sonreía exactamente igual que antes y qué imbécil, pensé, qué grandísimo imbécil, ni siquiera se ha enterado.

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