domingo, 23 de marzo de 2008

A. (I...)

Era el descanso de alguna clase, estábamos esperando a que llegase el profesor para empezar. No recuerdo nada más: ni en qué aula estábamos, ni en qué pupitres… por lo que a mí respecta, éramos las dos únicas personas de todo el puñetero universo, estábamos buceando en el vacío espacio-temporal. Buceábamos juntos, eso sí, estábamos uno al lado del otro y hablábamos sabe dios por qué de las canciones que nuestros padres ponían en el coche para que nos quedásemos dormidos. 
Mis padres usaban a Dylan y a Joan Báez, a Silvio, a Víctor Jara y a Paco Ibáñez; siempre fueron muy de izquierdas. Pero cuando empecé a contárselo solo tuve tiempo de decir “A mí me ponían a Dylan” antes de que ella me interrumpiese, la cara iluminada en una sonrisa, diciéndome que a ella también, a ella también, y luego citase de carrerilla a Bruce Springsteen, a Leonard Cohen y a Tom Waits.
Y yo me di cuenta de que había muchas maneras de acabar cayendo en Dylan al final, pero eso era una reflexión que no venía mucho a cuento. El caso es que, como no quería perder la complicidad del momento, me agarré al último nombre que había mencionado y dije “¡Tom Waits!” aunque no había escuchado a Tom Waits en la vida y ella me dijo que me prestaría "Heartattack & Vine"; poco a poco fuimos saliendo a la superficie y solté todo el aire de los pulmones y ya no recuerdo claramente nada más, pero ese fue el momento en el que me empezó a gustar Tom Waits, sin haberle escuchado ni la primera canción.

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