miércoles, 9 de julio de 2008

Sensación extraña

Yo más que nadie me doy cuenta de lo enfermizo que es (aunque A. también lo sabe) cómo me apego a las rutinas: por ejemplo, llevo en torno a tres años comprando el País todos los viernes, aunque en ocasiones ni siquiera lo ojeo; durante este año, además, adquirí la costumbre de ir colocando los números pasados en un cajón. Con el tiempo éste acabó llenándose, de manera que saqué los periódicos viejos y formé con ellos un montón que puse en una esquina de la habitación en donde molestaba tangencialmente el paso y las maniobras, y comenzó a acumular polvo y a crecer , sin ningún motivo en particular, viernes a viernes.
También padezco, sin embargo, ciertos arranques volcánicos e irracionales en los que me veo obligado a tomar decisiones drásticas, como el que tuve cuando resolví deshacerme de los 20 números del País que laboriosamente había estado acumulando durante todo el año, sin ninguna excusa que lo justificase (esto es, sin haberme tropezado con ellos o haberme sobrevenido una alergia repentina al polvo).
Y es muy fácil, muy justificable, tirar un periódico que tiene seis o siete meses; no lo necesitas para nada. Pero en el momento de hacerlo no fui capaz, y me reconozco débil: no entiendo qué vi en las parrillas de televisión de días pasados, o en las previas de partidos que a duras penas recordaba cómo habían quedado, pero en todo caso no conseguí desprenderme completamente de ellos, y al final, negociando conmigo mismo acabé por aceptar tirar los periódicos a cambio de conservar la última página de cada número, en la que Juan José Millás publica su columna semanal.
Comoquiera que de todas formas no es muy lógico guardar veinte hojas huérfanas de periódico, en otro arranque inesperado hace dos días me decidí a tirarlo todo; pero de nuevo me pareció demasiado drástico y acabé por convencerme de repasar todas las columnas y escribir concienzudamente los hallazgos que me fuese encontrando en ellos.
Y así empecé por tanto a pagarme mi rescate autoimpuesto:
"Somos tan hijos de la carne y de la sangre como de los raskolnikofs y de los bartlebys, por no hablar de los Soprano (...) Desde que el mundo es mundo, mientras unos amasan el pan que comemos por la mañana, otros urden las historias que devoramos por la noche. Estamos hechos de pan y de novelas."
Este texto estaba bien; fue el primero que decidí conservar. Después de él, sin embargo, encontré otros tres artículos ("La columna", "Masoquismos" y "Ser rey"), que no supe cómo trocear: o los conservaba enteros o no tendrían ningún mérito en particular. Y a parte de ésos, a la hora de ponerme a teclear aquí ninguno más parecía justificar el esfuerzo.
Con lo cual me encontré con un único texto de tres líneas, y me asaltó el sentimiento de que, para haber sido destilado de 20 hojas, que a su vez venían de un total de unas 800, no había mucho que salvar. Si al final del alambicado proceso de búsqueda de lo esencial, lo único que conservaba era el párrafo anterior, que está bien escrito pero no resulta particularmente inteligente, ¿qué sentido tenía? ¿Por qué conservar éste y no cualquier otro, cualquier noticia, o incluso nada en absoluto?
Si ya había desechado el periódico por quedarme con la hoja, la hoja por el artículo, el artículo por el fragmento... ¿Por qué no seguir? Quizás todo lo verdaderamente perdurable de mi colección de periódicos era un punto, o quizás una vocal acentuada...
He estado pasando hojas, leyendo por encima los artículos de Millás mientras pensaba que la gracia está en el conjunto, y que de la misma manera que sus libros nunca me gustaron del todo hasta que leí "El mundo" porque los compacta (porque los libros de Millás nacen y mueren en la ocurrencia y nunca cuentan grandes historias de iniciación o de superación personal; y la única manera de entenderlos es como parte del total de su literatura, y ésta a su vez como parte de su mundo interior), quizás sería entonces necesario mantener laboriosa y pacientemente una colección de números del País, durante 10 o 12 años por ejemplo, para que juntos y compactados formen un mapa de la sociedad o de la realidad.
Pues en esas estaba cuando me he estrellado contra el último de los artículos que tenía guardado, uno que ni siquiera había mirado en su momento, y que se titula "La conciencia", del 9 de Mayo:
"En la antiguedad teníamos más metros cuadrados que cosas. Ahora, en cambio, tenemos más cosas que metros cuadrados. Hace años, podías recorrer un pasillo de 15 metros sin tropezar con un solo mueble. Ahora no puedes dar dos pasos sin estrellarte contra una bicicleta estática, una vajilla de Chillida o la armadura de una tienda de campaña. Mucha gente cambiaría los objetos por metros cuadrados; el problema es que la mayoría de esos trastos sólo tiene un valor romántico, que no cotiza ni en los mercadillos de pueblo. Ya me dirán para qué sirve la maleta con la que papá se fue a Alemania, o el televisor en blanco y negro que conservamos absurdamente debajo de una cama (...) Construir viviendas pequeñas por sistema es como escribir con frases cortas por obligación. La frase corta funciona bien como desván, como altillo en el que introducir una o dos ideas pequeñas. Pero para vivir, para respirar para estar a gusto, nada como un piso de seis o siete habitaciones, cuatro exteriores, además de la cocina, el baño y los aseos (...) Hemos vendido el alma a cambio de cosas que brillaban, de espejuelos con los que no sabemos qué hacer. Deberíamos regresar a la frase larga, a la oración compuesta, al pasillo de 15 metros de largo. A la conciencia"
Y me he quedado con una entrada a medio escribir, y con cara de tonto.

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