jueves, 28 de noviembre de 2013

Mi vecino se peleó con su padre y se marchó de casa con una mochila hecha a toda prisa en la que llevaba una novela de Stephen King y la Biblia.
Es de suponer, por cabreado que estuviese, que también habría metido calzoncillos limpios o un jersey, pero de estas cosas de la aldea yo me entero por mi madre, y a ella lo que le llamó la atención fue lo de la Biblia. No dejaba de darle vueltas: ¿quién coño se marcha de casa llevándose la Biblia?, ¿se habrá hecho ultracatólico?
A mí me hacía gracia que de repente le diese tanta importacia a un libro: igual se lo estaba leyendo y quería saber cómo acababa, yo qué sé, igual es una lectura entretenida; hay gente que muere y se convierte en estatuas de sal, hay sexo e intriga. No tenía por qué importar, un libro es sólo un libro, son palabras y papel.
Este mes me he mudado yo también, sin drama, con las cosas más o menos planificadas. Dentro de la maleta, al lado de las zapatillas y la radio-despertador y un tarro de mermelada que me empaquetó mi madre, viajaba una novela que me había comprado un par de días antes y no había empezado todavía.
La he abierto hoy, sentado por primera vez en la cama de mi habitación vacía en Barcelona, en la que las paredes hacen eco de mis pasos. Empieza así: "Toda mudanza lleva consigo una desgracia desesperada por salir".

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