jueves, 10 de abril de 2014

También somos los goles que no hemos vivido (I)

El 14 de mayo del 94 yo tenía siete años y me había hecho del Dépor sin querer, oyendo las retransmisiones de la TVG en el televisor que mi abuelo tenía sobre la nevera.
Nos habíamos mudado a Lugo un par de años antes, pero todos los fines de semana volvíamos a la aldea y el sábado íbamos a cenar con mis abuelos. Siempre era sábado, siempre cenábamos caldo, había partido en la Gallega y nos sentábamos igual a la mesa. Mi prima ocupaba el cabecero; a su izquierda se sentaban su abuelo, su padre y su tío, en un banco pegado a la pared. Los cuatro R. estaban concentrados en el fútbol, sus miradas sobrevolaban la cocina esquivando las cabezas de mi madre, mi tía y mi abuela, que estaban sentadas a mi lado de espaldas al televisor.
Somos los goles que hemos vivido, pero también son importantes los que no llegamos a ver porque estábamos dándole la espalda a la televisión, mirando mirar el partido. Viéndolos levantar de repente la cabeza y tensar el cuello, gritarle a la tele que tirase y danzar abrazados en un instante infinito; viéndonos ajenos al grupo, sintiendo curiosidad y envidia.
A mí me hacía gracia oir el nombre de Bebeto y empecé a fijarme en lo que decía el hombre a mis espaldas, esperando oir "¡Bebeto!". Así se empieza a deshacer una madeja, tirando de un hilo. Al cabo de un tiempo me di cuenta de que casi siempre que el periodista gritaba "¡Bebeto!" había un gol, así que me giraba en mi silla cada vez que lo oía. En cuestión de semanas, mi padre acabó por hacerme un hueco en su lado de la mesa, rodeado de los demás R., frente a mi madre.

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