sábado, 4 de octubre de 2014

Detour (El desvío)

Viene del capítulo anterior

Mientras continuaba enfilado en dirección a Oviedo por la autovía, puente tras puente, me puse a recordar la visita que habíamos hecho a la obra un par de años antes. Habíamos comido en un restaurante al lado de mi casa, y yo me había ilusionado con la idea de encontrarme a mi tía, que les vendía el pan.
Después nos enseñaron la planta de prefabricados de hormigón y nos llevaron a la caseta, para que viésemos los planos del proyecto. Mencionaron que habían tenido que cambiar la salida original, que iba a ser simplemente un paso superior, eficiente y coordinado, para hacer sitio al enlace con un posible corredor a Viveiro. La salida les había quedado ridículamente enrevesada, pero se suponía que la obra se acabaría construyendo así que a todos nos pareció muy razonable. Ese era el clima.
Supongo que estoy obligado a explicar en algún momento por qué he dicho que despreciaba los corredores. Me pasa por salirme del camino principal, uno coge estos desvíos sin darles demasiada importancia, y luego acaba teniendo que rehacer sus pasos.
Lo cierto es que la idea que hay detrás de ellos sonaba muy bien en la década pasada: se hacía la plataforma para una autovía, con todos los pasos superiores y terraplenes necesarios, pero se construía solo una de las calzadas, que se usaba provisionalmente como carretera. Los corredores funcionan mal como carreteras, el diseño es distinto, pero en el momento se asumía que el resto de la autovía se acabaría por hacer.
Ahí está el problema, claro, en suponer que vas a construir una autovía entre Sarria y Monforte. Pero ese era el clima; en clase nos decían que las infraestructuras eran focos de crecimiento y creaban negocios por sí mismas, que los presupuestos se podían cuadrar teniendo en cuenta el futuro beneficio social.
Pero ahora, después de cinco años de recesión, el país parece no tener dinero ni siquiera para pagar el estado de bienestar, y el presupuesto de Fomento baja geométricamente año a año. Y después de haber gastado un montón de dinero, nos hemos quedado con carreteras diseñadas para ir a 120 km/h, cuando el máximo legal son 100; y sin rectas para adelantar, así que mucha suerte si te toca detrás de un camión. En fin, ya os lo había dicho, un desprecio personal.
Al ver la salida a lo lejos tomé aire y traté de mentalizarme. Traté de convencerme a mí mismo de que es peligroso formar una historia coherente con una llovizna de hechos inconexos que te caen cerca; que no hay de ser fatalista, y correlación no implica causalidad y no creo en las líneas zigzagueantes de causas y consecuencias.
Pero cuando salí de la autovía, tras un cuarto de hora conduciendo por ella en sentido equivocado y otros veinte minutos más yendo por carretera, y tuve que seguir todavía 800 metros más por una clotoide interminable construida únicamente por culpa de un puñetero corredor, para llegar a la rotonda en la que de una vez por todas conseguí dar la vuelta y ponerme en la dirección adecuada por primera vez en cuarenta minutos, cuando ya nada tenía sentido, solo para inmediatamente después tener que repetir el camino por la misma clotoide y por debajo de la autovía y tras un giro de 340 grados de nuevo por encima, como un parvulito aprendiendo a atarse los cordones de los tenis, lo comprendí todo, vi tan clara como lo había hecho McKie la línea de puntos que unía a los desempleados de Alabama que recibieron hipotecas subprime con los ingenieros que proyectaron el puñetero corredor de Viveiro, pasando por los hermanos Harry, Emanuel y Mayer Lehman, Angela Merkel y el BCE, todos tramando juntos la forma de crear un enorme huracán en la otra punta del mundo que costó millones de dólares y tardó décadas en producirse para hacer con él que una pequeña mariposa aletease un poco en el cruce de A Espiñeira y me jodiese la tarde.

Versión en gallego

REFERENCIAS
"Scott of the Antarctic: The lies that doomed his race to the Pole" de Robin McKie

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