sábado, 14 de febrero de 2015

El milagro de Stevenson en Lugo (II)

Viene del capítulo anterior

Fallamos, por supuesto. Ni siquiera merece la pena comentarlo; somos malos de narices. Atacamos cinco contra tres con veinte segundos para dejar madurar la jugada y acabamos haciendo un tiro plano de media distancia que rebota en el aro y se pierde por la línea de banda.
Nos vamos a la prórroga, igual que los del partido de Alabama, después de que Travis Smith meta dos de sus tiros libres, empatando el partido sin tiempo en el cronómetro y convirtiéndose en el héroe local por unos minutos. En la primera jugada de la prórroga comete su quinta falta y queda eliminado. 
Las personales se han ido acumulando a lo largo del partido y a estas alturas, los cuatro equipos estamos cargados de faltas; cada vez que suena el silbato cae otro jugador más. Poco después de Smith se marcha eliminado un compañero suyo, y el siguiente en irse es uno de los de Ribadeo. Con dos minutos de prórroga jugados, a los Chiefs se les acaban los suplentes; se quedan entonces igual de mal que nosotros, aguantando como pueden con los cinco últimos jugadores y temiendo un pitido del árbitro en cada jugada que los deje todavía más maltrechos. Los de Ribadeo, por su parte, tienen dos jugadores en cancha.
Nos vemos con tanto espacio alrededor que atacamos sin posición, sin orden ni sentido, como si nos estuviesen flotando a los cinco a la vez; nos botamos la pelota en los pies y hacemos malos pases. Aún así, vamos metiendo alguna canasta a trompicones, porque después de todo jugamos contra dos.
Cada vez que lo hacemos, uno de los de Ribadeo se coloca en la línea de fondo para sacar, molestado —aunque no mucho— por uno de los nuestros, mientras que el otro corre en zig-zag buscando un hueco, y todos los demás tratamos de defenderlo o de tapar la línea de pase, pero en general lo que hacemos es correr detras de él como una fila de patos siguiendo a su madre.
Encuentran el pase una y otra vez, y a partir de ahí el que saca ni siquiera sube al ataque; se queda en su campo mirando cómo su compañero, y los cuatro incompetente que lo seguimos, nos vamos acercando poco a poco a la canasta; un par de veces incluso se sienta en su propia bombilla. Después nosotros tropezamos o nos hacemos bloqueos ciegos a nosotros mismos o saltamos todos a la vez, cuatro defensores cayendo en la misma finta, plumas volando por todas partes; cuando nos damos cuenta, el de Ribadeo nos ha metido otro triple.
Mientras tanto, en el otro partido, ambos equipos tienen un número previsible de jugadores y esquemas razonables, así que se mantiene equilibrado. Cuando quedan menos de dos minutos para el final de la prórroga, los silbatos suenan tres veces más. Dos de ellas, apenas con dos segundos de diferencia, marcan la eliminación de dos Chiefs.
La tercera falta es en nuestro pabellón. Al triplista de Ribadeo se le escapa el balón, y se forma una montonera, durante la cual me pegan un manotazo; probablemente alguien de mi equipo, aunque solo sea por estadística. El árbitro para el partido y pita falta. Es mi quinta personal. Estoy eliminado.
A falta de 32 segundos por jugarse, North Jackson va tres puntos por detrás de Fort Payne, con dos jugadores menos en cancha y sin la posesión; la situación es desesperada. Pero tienen un destello de suerte, y un jugador de Fort Payne comete pasos, así que recuperan la pelota directamente.
Chad Cobb asume la responsabilidad de ataque; recibe del pívot, se levanta en carrera marcado por dos jugadores y lanza un triple desde muy lejos. El balón describe una parábola muy abierta y acaba entrando limpio.
El público que abarrota el pabellón se vuelve loco, las cheerleaders animan, el speaker grita emocionado "¡EMPATE A 67! ¡EMPATE A 67!" y Jad y Robert, y todos los oyentes de Radiolab detrás de ellos, se alegran de la gesta del equipo pequeño. Yo lo miro desde el banquillo, refunfuñando.
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En el mismo episodio de Radiolab en el que cuentan la histora de North Jackson emiten una entrevista a Malcolm Gladwell; posiblemente todo el programa sea una excusa para hablar con él. Gladwell está presentando un libro sobre David y Goliat, en el que defiende que no debemos dejarnos llevar por la dialéctica del underdog, que tenemos que tratar de mantener la lógica y apoyar al favorito.
Lo argumenta de maneras muy distintas, el tipo es brillante; dice por ejempo que el que está en desventaja teórica puede jugar con las normas: le permitimos a David que vaya armado, al Atlético que se dedique a defender durante 50 minutos en la final de la Champions League. Supongo que tiene razón, pero me pasé mi infancia sentado en el banquillo de un equipo malo, y hay cosas que no soy capaz de procesar.
El partido sigue empatado a falta de 15 segundos, cuando cae eliminado por faltas el antepenúltimo Chief. La prórroga se está acabando y un jugador de Fort Payne tiene dos tiros libres para poner a su equipo por delante. Respira hondo, flexiona las rodillas, centra su mirada en la trasera del aro. Falla el primero. Bota fuerte un par de veces cuando el árbitro le devuelve el balón y después lo agarra, recupera el tacto, recalibra la fuerza. Falla también el segundo. Uno de sus compañeros caza el rebote y mete canasta, pero los árbitros se la anulan por una falta anterior. La pelota es para los Chiefs. Un hormigueo de entusiasmo recorre el pabellón.
Otro de los razonamientos que hace Gladwell es que el favorito está obligado a ganar. Ni en el partido de Stevenson ni en el de Lugo hay ningún título en juego. Ganarlo no nos supondrá ninguna alegría; no hacerlo será un desastre.
Mientras todos animan al underdog, están ignorando nuestro drama. No entendemos nada, deberíamos estar ganando cómodamente y peleando por el basket-average. El partido se nos escapa sin que sepamos cómo evitarlo, estamos nadando contra corriente, tratando de mantener la cabeza alta y pateando desesperados bajo el agua.
Uno de los Chiefs se coloca en la línea de fondo para sacar, molestado —aunque no mucho— por un rival, mientras que el otro corre en zig-zag buscando un hueco, y los demás Wildcats tratan de defenderlo o de cortar la línea de pase, pero en general lo que hacen es correr detrás de él. Finalmente recibe, y acaba tirando un triple en carrera.
Falla, a diferencia del triplista de Ribadeo; pero su compañero ha cruzado la pista corriendo sin oposición y ha llegado al aro rival justo a tiempo para recoger el tiro de su compañero. Los Wildcats se dan cuenta y corren hacia él en desbandada. Hace una finta de tiro en la que caen cuatro defensores a la vez, plumas volando por todas partes.
Y después, en el último segundo de la prórroga, hace un tiro seguro a tabla y yo me tambaleo y caigo, notando el golpe de la piedra entre las cejas, y en ese momento, entre los aplausos de todo el pabellón, decido dejar el baloncesto.


Versión en gallego aquí

REFERENCIAS 
"2 on 5" de Thomas Lake

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