viernes, 17 de mayo de 2019

Patagonia. Día 1.

Vómitos y diarrea en el vuelo transoceánico. Muchas turbulencias. Paramos en São Paulo dos horas por niebla en Ezeiza.
Este es el plan de viaje: avión de Santiago a Frankfurt, y de ahí a Buenos Aires (Ezeiza). Cambio en bus de Ezeiza al Aeroparque para coger avión a Calafate, y de ahí en micro al Chaltén.
Desde el autobús que nos lleva de Ezeiza al Aeroparque —Empresa Manuel Tienda León— vemos mucha diferencia de alturas entre las casas de Buenos Aires, y muchas chabolas a unos cien metros de Puerto Madero.
El Aeroparque está al lado del mar. Están haciendo un relleno para ampliarlo; la gente va a pescar, entre máquinas que mueven tierra.
Es de noche en nuestro viaje de Calafate al Chaltén. El conductor —Las Lengas, buen servicio— va oyendo los resultados del fútbol, y todos los pasajeros se duermen uno a uno con el sonido de fondo de goles irrelevantes, menos yo, que sigo mareado. Me molestan mucho las luces de los coches que vienen en el otro sentido; sospecho que al conductor también, porque aminora la marcha hasta frenar casi por completo al cruzarse con ellos.
Los faros de la remise espantan a un zorro que estaba comiendo los restos de algún animal sobre la calzada. El conductor pasa con cuidado sobre el cadáver para no pisarlo más aún.
Las primeras en bajarse del micro son las dueñas de la librería local, que vienen de Calafate con dos maletas y cinco bolsas llenas de libros
El recepcionista de nuestro aparthotel en el Chaltén es un poco incompetente, y muy atento. Ha perdido la reserva de una pareja de canadienses, y tiene que llamar a su jefe Gustavo ("Tavo") a las once de la noche para preguntarle si puede meterlos en un apartamento vacío.
A cambio, cuando le explicamos que no hemos cenado todavía nos trae el desayuno de mañana; cenamos colacao con alfajores y dulce de leche.
Nos vamos a dormir, después de 36 horas de viaje y cinco conexiones, que sorprendentemente han salido bien. No sabemos cómo apagar la calefacción.

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