sábado, 16 de febrero de 2008

"Kitchen stories"

"Kitchen Stories" es una gozada.

Esta tendría que ser la conclusión final del texto,  pero he preferido colocarla al principio porque es lo más importante que voy a decir (salvo ataque de inspiración, poco probable). Una vez he dejado clara esta idea, vuelvo sobre mis pasos al que debería ser el principio del texto:
Existen algunas películas (por ejemplo las de Aki Kaurismäki, de quien recomiendo "Un hombre sin pasado"), que carecen de conflicto, transcurren en no más de un par de escenarios, presentan personajes sencillos y el diálogo es escaso.
Están a puntito de ser un desastre, sentadas en el límite de un acantilado, mirando al monstruo del fracaso a los ojos. Y sonríen.

Y nosotros sonreímos de manera simpática, por contagio, porque estamos viendo algo supuestamente gracioso que no acabamos de entender. El juego que plantean es un equilibrio complicadísimo, porque si dan exactamente lo que prometen son un auténtico coñazo (como "Whisky", que huele a naftalina); pero a veces se pasan un poco, o se quedan cortos en su equilibrio, y se convierten en mi tipo de película favorito.
En fin; "Kitchen Stories" nos lleva a un pequeño pueblo de Noruega, donde la eminente Sociedad Nacional Sueca de Ciencia Doméstica (Escrito Así, Con Muchas Mayúsculas) va a realizar un estudio sobre los movimientos de los hombres solteros noruegos en la cocina, a fin de optimizar esfuerzos, racionalizar recursos y, con la necesaria experiencia empírica, implementar una reorganización del mobiliario de las habitaciones. Sinergia.
(Aclaro que la palabra sinergia sobra completamente, pero me parecía que un párrafo de charlatanería empresarial quedaba cojo sin mencionarla. Continuemos, en todo caso).
Para tal fin, quince observadores suecos (iguales) viajan a Noruega en sus quince coches iguales, arrastrando sus quince caravanas iguales, dispuestos a la labor de anotar meticulosamente, sentados en sillas de umpire, los movimientos en la cocina de quince solteros noruegos que se presentaron voluntarios al experimento.
No pueden entrar en ninguna otra habitación de la casa que no sea la cocina para no inmiscuirse en la vida del sujeto, pero tienen que poder entrar en ella en cualquier momento para llevar a cabo el experimento con libertad, aunque es imperativo que hagan su vida en la caravana, a fin de no interferir en la objetividad del mismo, y por ese motivo tampoco, bajo ningún concepto, pueden hablar con los objetos a estudio. 
Evidentemente, de esa lista de restricciones a las borracheras, las discusiones sobre energía nuclear y patatas, o la importancia mercantil de la pimienta, y uma la sinergia en general, hay sólo un paso.

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